Tal vez una noche tranquila para contar a vuestros niños...
Deseos
Sentado en el banco del vestuario se inclinó para abrocharse los cordones de las zapatillas. Ya había sufrido un par de esguinces por seguir la moda de llevarlas sin atar y aprendió la lección después de estar dos meses inactivo debido a las lesiones. Hoy volvía a la competición en la segunda categoría del frontenis de su Comunidad.
Tras anudar la primera y al cambiar de pie, le llamó la atención un brillo que venía de debajo del banco, en la esquina del fondo. Se levantó y acercó hasta allí. Vio un objeto metálico que proyectaba el reflejo de la luz blanquecina del vestuario. Lo cogió. Comprobó con sorpresa que tenía la misma forma de las lámparas maravillosas que tantas veces había leído en los cuentos infantiles. No pudo resistir la tentación. La frotó con la mano.
“¿Será posible que…” no acabó de hacerse la pregunta. De repente se apagó la luz del vestuario y una humareda amarillenta y fosforescente inundó toda la habitación. Quedó petrificado. Inmóvil. Más aún cuando entre la neblina empezó a vislumbrar la sombra de un ser orondo y vestido a lo árabe, que le miraba fijamente. Iba desnudo de cintura para arriba.
Nuestro jugador, Pepín Tamalo, asustado, sólo se le ocurrió preguntar con voz trémula:
- ¿Vas a ducharte?
El fantasma o lo que fuera, le miró con sorna.
- ¿Tan mal huelo? – sin esperar respuesta prosiguió – Soy el genio de la lámpara maravillosa del frontón, me llamo Hironicus, vivo aquí, en este vestuario húmedo y feo y puedo concederte tres deseos.
Pepín, aún no repuesto del susto pero con incontenible curiosidad preguntó:
- ¿Puedo pedir cualquier cosa?
- Sólo si está relacionada con el frontenis. Soy un genio de segunda en prácticas, de momento sólo puedo moverme en este deporte amateur y minoritario y mis atribuciones no llegan a más. Para conceder sobre otros asuntos más importantes como el fútbol o el golf, tendré que pasar unos siglos con pequeños poderes. Eres mi primer caso y voy a tratar de complacerte al máximo. Pero sólo en asuntos relacionados con el frontenis. Pide, pide…
Pepín no dudo ni un momento. Por fin obtendría de forma rápida el deseo más ansiado durante toda su vida deportiva. Casi gritando, ilusionado con la expectativa, le dijo al genio:
- ¡Quiero ser el mejor del Mundo en frontenis!
El inexperto Hirónicus, meditó un momento. No mucho, la verdad, pues tampoco quería dejar una imagen de genio dubitativo en su primer interlocutor, que luego las referencias no serían buenas. Sonrió y dijo:
- ¡Concedido!
En ese instante Pepín sintió como toda la neblina que envolvía el vestuario empezó a concentrarse en torno a él. Perdió la visión de su entorno. Tan solo veía como un marcador de luces llamativas iba cambiando de números en orden descendente. 2009, 2008, 2005,…Al principio los números cambiaban con velocidad, casi no podía distinguirlos. Comprendió que era un indicador de tiempo. A la altura de 1980 la cuenta atrás se hizo más lenta. Esperó. De vez en cuando, rondando el 1940, el número permanecía fijo en el marcador un poco más de tiempo, como si alguien estuviera meditando sobre ese año. Pero siguió su inexorable descenso. Hasta que finalmente, en 1916, se paró.
La niebla desapareció de repente y Pepín se encontró en mitad de un destartalado frontón, de dimensiones reducidas, con una antigua raqueta de madera en las manos y viendo que una pelota de tenis venía hacia él. No le dio tiempo a pensar. Su instinto deportivo le hizo golpearla hacia la pared frontal. Le pegó fuerte. Oyó un oh, que debía venir desde las supuestas gradas, y a continuación una ovación cerrada. Otro jugador, que debía ser su compañero, se abalanzó sobre él, dándole un fuerte abrazo.
- Bien, pendejo, que callado te lo tenías. ¿Estás mareado?
Su interlocutor le sujetó con ambas manos la cara. Pepín estaba blanco como la cera. No podía casi hablar.
-¿Dónde estoy?
- Pepín, soy Fernando Torreblanca, estás en mi frontón, en la calle Guadalajara nº 104, aquí en México.
La cara de alelado de Pepín obligó a D. Fernando a seguir hablándole, como si lo hiciera con un extraño.
- ¿No te acuerdas? Hemos quedado a jugar en mi casa, como tenía las manos hinchadas de tanto pegarle a la pelota esa de cuero, que parece una piedra, decidimos jugar con estas raquetas de tenis, aquí en el frontón. Nos hemos apostado unos pesos y hemos vencido….Esto del frontón con la raqueta es muy divertido. Le podemos llamar tenis-frontón.
Pepín que empezó a asumir la situación, miró a D. Fernando y en tono un poco irónico dejó caer:
- ¿Y porqué no frontenis?
D. Fernando sonrió:
- No está mal, acabamos de jugar el primer partido de frontontenis del Mundo. Y hemos ganado. Somos los campeones. Pasaremos a la historia. Me quedo con el Copyright de la palabreja esta.
No quiso escuchar más. Pepín se alejó cabizbajo hacia lo que podía ser el sitio donde tomar una ducha que le aclarara las ideas. Nada más entrar vio en el fondo de la habitación su lámpara maravillosa. La frotó con rabia.
Tras anudar la primera y al cambiar de pie, le llamó la atención un brillo que venía de debajo del banco, en la esquina del fondo. Se levantó y acercó hasta allí. Vio un objeto metálico que proyectaba el reflejo de la luz blanquecina del vestuario. Lo cogió. Comprobó con sorpresa que tenía la misma forma de las lámparas maravillosas que tantas veces había leído en los cuentos infantiles. No pudo resistir la tentación. La frotó con la mano.
“¿Será posible que…” no acabó de hacerse la pregunta. De repente se apagó la luz del vestuario y una humareda amarillenta y fosforescente inundó toda la habitación. Quedó petrificado. Inmóvil. Más aún cuando entre la neblina empezó a vislumbrar la sombra de un ser orondo y vestido a lo árabe, que le miraba fijamente. Iba desnudo de cintura para arriba.
Nuestro jugador, Pepín Tamalo, asustado, sólo se le ocurrió preguntar con voz trémula:
- ¿Vas a ducharte?
El fantasma o lo que fuera, le miró con sorna.
- ¿Tan mal huelo? – sin esperar respuesta prosiguió – Soy el genio de la lámpara maravillosa del frontón, me llamo Hironicus, vivo aquí, en este vestuario húmedo y feo y puedo concederte tres deseos.
Pepín, aún no repuesto del susto pero con incontenible curiosidad preguntó:
- ¿Puedo pedir cualquier cosa?
- Sólo si está relacionada con el frontenis. Soy un genio de segunda en prácticas, de momento sólo puedo moverme en este deporte amateur y minoritario y mis atribuciones no llegan a más. Para conceder sobre otros asuntos más importantes como el fútbol o el golf, tendré que pasar unos siglos con pequeños poderes. Eres mi primer caso y voy a tratar de complacerte al máximo. Pero sólo en asuntos relacionados con el frontenis. Pide, pide…
Pepín no dudo ni un momento. Por fin obtendría de forma rápida el deseo más ansiado durante toda su vida deportiva. Casi gritando, ilusionado con la expectativa, le dijo al genio:
- ¡Quiero ser el mejor del Mundo en frontenis!
El inexperto Hirónicus, meditó un momento. No mucho, la verdad, pues tampoco quería dejar una imagen de genio dubitativo en su primer interlocutor, que luego las referencias no serían buenas. Sonrió y dijo:
- ¡Concedido!
En ese instante Pepín sintió como toda la neblina que envolvía el vestuario empezó a concentrarse en torno a él. Perdió la visión de su entorno. Tan solo veía como un marcador de luces llamativas iba cambiando de números en orden descendente. 2009, 2008, 2005,…Al principio los números cambiaban con velocidad, casi no podía distinguirlos. Comprendió que era un indicador de tiempo. A la altura de 1980 la cuenta atrás se hizo más lenta. Esperó. De vez en cuando, rondando el 1940, el número permanecía fijo en el marcador un poco más de tiempo, como si alguien estuviera meditando sobre ese año. Pero siguió su inexorable descenso. Hasta que finalmente, en 1916, se paró.
La niebla desapareció de repente y Pepín se encontró en mitad de un destartalado frontón, de dimensiones reducidas, con una antigua raqueta de madera en las manos y viendo que una pelota de tenis venía hacia él. No le dio tiempo a pensar. Su instinto deportivo le hizo golpearla hacia la pared frontal. Le pegó fuerte. Oyó un oh, que debía venir desde las supuestas gradas, y a continuación una ovación cerrada. Otro jugador, que debía ser su compañero, se abalanzó sobre él, dándole un fuerte abrazo.
- Bien, pendejo, que callado te lo tenías. ¿Estás mareado?
Su interlocutor le sujetó con ambas manos la cara. Pepín estaba blanco como la cera. No podía casi hablar.
-¿Dónde estoy?
- Pepín, soy Fernando Torreblanca, estás en mi frontón, en la calle Guadalajara nº 104, aquí en México.
La cara de alelado de Pepín obligó a D. Fernando a seguir hablándole, como si lo hiciera con un extraño.
- ¿No te acuerdas? Hemos quedado a jugar en mi casa, como tenía las manos hinchadas de tanto pegarle a la pelota esa de cuero, que parece una piedra, decidimos jugar con estas raquetas de tenis, aquí en el frontón. Nos hemos apostado unos pesos y hemos vencido….Esto del frontón con la raqueta es muy divertido. Le podemos llamar tenis-frontón.
Pepín que empezó a asumir la situación, miró a D. Fernando y en tono un poco irónico dejó caer:
- ¿Y porqué no frontenis?
D. Fernando sonrió:
- No está mal, acabamos de jugar el primer partido de frontontenis del Mundo. Y hemos ganado. Somos los campeones. Pasaremos a la historia. Me quedo con el Copyright de la palabreja esta.
No quiso escuchar más. Pepín se alejó cabizbajo hacia lo que podía ser el sitio donde tomar una ducha que le aclarara las ideas. Nada más entrar vio en el fondo de la habitación su lámpara maravillosa. La frotó con rabia.
Continuará