La verdad es que la experiencia como técnico de frontenis es siempre reconfortante. Te hace vivir unas situaciones que se mueven entre el esperpento, la risa y la sorpresa. Gracias a Dios la indignación en estos asuntos ya no cabe en mi cabeza. De no ser así, ya me hubiera pegado un tiro.
Imaginad un partido que no empieza bien. El 6-1 en contra inicial no da buenas sensaciones. Tras algún tiempo muerto y, sobre todo, una mejor esterategia, se llega a los minutos finales con empate a 20. Hasta aquí todo entra dentro de la lógica y de lo habitual. Se pide un tiempo muerto, el último.
Los dos jugadores se acercan al rebote y, sin hacer caso del técnico se enfrascan entre ellos en este diálogo:
- ¡Venga, estamos ahí, hay que echarle cojones...!
- No es cuestión de cojones, es cuestión de cabeza...
-Pues si no le pones sangre a esto se nos comen...
- Con la sangre no se gana, hay que jugar racionalmente...
- Pues ponte a pensar con el poco tiempo que queda....
- Hay que cambiar esto...
- No podemos perder este partido
- Si no lo organizamos nos va a pasar esto...
- Pues ponle huevos, no se nos pueden comer...
- ....
Y así continúan mientras que el técnico se dedica a tomar apuntes de esta conversación -más que nada para que quede constancia para la posteridad - ellos dos siguen a lo suyo, con un planteamiento filosófico entre huevos, neuronas y diversas variantes sobre el asunto.
Se acaba el tiempo muerto y el técnico, meditando sobre lo trascendental y efímero de la vida, se queda embobado, apoyado en la pared del rebote, mirando al infinito... Es el árbitro quien, al conminarle a que salga de la pista, le devuelve a la realidad. ¿Ha vivido un sueño? Tal vez la vida es sueño...