Soledad

Aún no conozco a ningún gran jugador que reconozca que se ha pasado muchas horas de soledad en el frontón. No sé porqué, nadie quiere decir cuántas repeticiones ha realizado para conseguir hacer ese golpe que parece tan sencillo, ni tampoco quieren hablar de las horas que se han pasado haciendo físico. Parece que hablar de ello desmereciera sus virtudes. ¡Cuántas veces, desde el coche, he visto corriendo a más de un jugador que siempre mantuvo que lo suyo era natural, que era un don que el Sumo Creador le había otorgado a él y a nadie más. Y claro, el resto de los mortales, yo incluído, empezamos a perder la fe en el Hacedor. Tal vez por esto van a menos las creencias religiosas.

Esos jugadores, tal vez por despertar un poco la envidia de los demás, no se dan cuenta del daño que hacen a quienes quieren seguir sus pasos y luego se apartan de nuestro deporte por decepción. Siempre he sido partidario de poner las cartas encima de la mesa, de explicarle a cualquiera que quiera empezar o desee destacar en esto, que el aprendizaje y la mejora en el frontenis pasa por derramar sangre, sudor y lágrimas. Muchas. Miles de litros.

Luego vienen las alegrías, las de cada uno en función de sus expectativas. Pero no debemos engañar a nadie. El frontenis de competición, de alto nivel, no es fácil, necesita muchas horas de trabajo. Y no hablo de los Campeones mundiales o nacionales, no. A niveles más bajos de competición, la exigencia es muy alta. Eso sí, siempre estará quien es feliz siendo el campeón de su torneo familiar. Pero...¿qué ocurrirá cuando te pidan partido los de la familia de enfrente de tu casa?